Esta mañana, mientras dedicaba un tiempo a la tediosa tarea de limpiar la bandeja de entrada de correos antiguos, encontré un archivo de word con el resumen de un libro que leí hace ya algunos años, El Arte de Amar (Erich Fromm).
Casi de forma inconsciente me dispuse a releerlo y encontré un compendio de informaciones ya olvidadas que ponen el énfasis en la necesidad de desarrollar el amor a nosotros mismos, para así, poder amar a los demás.
Esto que aparentemente es casi una obviedad cobra un dramatismo universal cuando pasamos del mundo de las ideas al mundo tangible de la sociedad en la que vivimos, y observo que a mi alrededor hay un gran número de personas cuyo amor propio está focalizado en valores, y actitudes externos o ajenos a la persona en cuestión, dirigidos de forma también externa por las fuerzas consumistas de la sociedad.
El objetivo de convertir la actividad de «amar» en un «arte», requiere, como todas las actividades que se realizan con excelencia, de una alta disciplina en la práctica de las mismas. El hombre está obligado durante ocho horas diarias a gastar su energía con fines ajenos, en formas que no le son propias, sino prescritas por el ritmo del trabajo, se rebela, y su rebeldía toma la forma de una complacencia infantil para consigo mismo. Es esencial que la disciplina no se practique como una regla impuesta desde afuera, sino que se convierta en una expresión de la propia voluntad; que se sienta como algo agradable, y que uno se acostumbre lentamente a un tipo de conducta que puede llegar a extrañar si deja de practicarla.
Otro elemento clave para alcanzar las capacidades necesarias para desarrollar cualquier arte es la concentración. Estar concentrado significa vivir plenamente en el presente, en el aquí y el ahora, y no pensar en la tarea siguiente mientras estoy realizando otra. Es imposible aprender a concentrarse sin hacerse sensible a uno mismo (tener conciencia por ejemplo, de una sensación de cansancio o depresión, y en lugar de entregarse a ella y aumentarla por medio de pensamientos deprimentes que siempre están a mano, preguntarse «¿qué ocurre?» «¿Por qué estoy deprimido? », estar atentos a nuestra voz interior, que nos dice -por lo general inmediatamente- por qué estamos angustiados, deprimidos, irritados.
La Paciencia es otro de los grandes tesoros a cultivar. El hombre moderno piensa que pierde algo -tiempo- cuando no actúa con rapidez; sin embargo, no sabe qué hacer con el tiempo que gana -salvo matarlo. Para tener una idea de lo que es la paciencia, basta con observar a un niño que aprende a caminar. Se cae, vuelve a caer, una y otra vez, y sin embargo sigue ensayando, mejorando, hasta que un día camina sin caerse. ¡¡¡Que no conseguiríamos si enfrentáramos nuestras metas con la paciencia de un niño!!!!
Quien aspire a convertirse en un maestro en el arte de amar, no puede dejar de desarrollar las cualidades de disciplina, concentración y paciencia al practicar eso que nos motiva, que nos supone un reto y que conseguirá hacernos personas más humanas y más completas.
El arte de amar, pasa por amarnos y conocernos profundamente a nosotros mismos, su regla de oro es «ama a los demás como a ti mismo», y recuerda, la medida eres tú mismo.
By Elvira Pérez.