Actualmente contemplamos una multitud de modelos familiares con grandes diferencias a primera vista: familias tradicionales, monoparentales, padres separados, segundas parejas, hijos con dos padres o dos madres, hermanos de padre pero no de madre o viceversa, familias con hijos adoptados o en acogida, etc. Sin embargo, si miramos el vínculo que une y separa a estas familias encontramos un nexo común a todas: el AMOR, o el DESAMOR, que a fin de cuentas son las dos caras de una misma moneda y que hace que los sistemas familiares evolucionen y cambien.
Cuando estamos hablando de niñ@s, la reflexión resulta más clara pues si algo necesita un/a niñ@ es sentirse querid@ y amad@ y con un vínculo estable a su sistema familiar de origen. Para el niño, su papá y su mamá son únicos y son los mejores, aunque no sigan los cánones establecidos para ser considerados buen@s madres o padres, esto es secundario. Lo importante para él es no perder la referencia de papa y mama, aunque el vinculo amoroso entre ellos esté roto.
Por eso, en materia de hijos debe protegerse el vinculo que nos ata a nuestro origen, el vinculo de amor que nos sitúa en el mundo, que da contexto, raíces, dirección, sentido y significado a nuestras vidas y eso lo aporta mamá y papá al 50%.
En cualquier caso, parece difícil con tantos frentes abiertos que la mirada de nuestros hijos encuentren la nuestra con cierta frecuencia pues estamos demasiado distraídos con las obligaciones y necesidades personales, inmersos en un ritmo de vida rápido, lleno de estrés, sin hablar de los conflictos conyugales que tanto desestabilizan a nuestros hijos.
Aquí la palabra clave es EQUILIBRIO. Equilibra tus anhelos con los de tu familia, sobre todo cuando tus hijos son dependientes de ti para que en la edad adulta puedan entregar todo aquello que recibieron. Ese es el legado más trascendental que recibirán nunca, no dejes que lo tomen de otro lugar que no sea de ti mism@.
EPR
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